martes, 22 de marzo de 2011

Un Hasta Luego

Hierba recién cortada.
Ese olor inconfundible es el que más añoro de todos, incluso más que el de la brisa marina o el de la gasolina. Y eso que de joven lo llegué a aborrecer ya que mi madre me obligaba a cortar el césped cada viernes por la tarde cuando llegaba de la escuela. Recuerdo que guardábamos la máquina en la caseta del jardín junto a otros trastos, cemento, ladrillos.

Mil doscientos quince.
Ese es el número de ladrillos que tiene mi celda. Los he contado millones de veces para matar el rato. A ojo de buen cubero, miden veinte centímetros de largo y diez de ancho. Antaño, fueron nuevos pero la degradada capa de pintura blanca marca el inexorable paso del tiempo.

El tiempo.
Sin duda, el tiempo es el enemigo más duro con el que uno se pueda enfrentar. Es consistente ya que siempre está ahí, no te deja ni a sol ni a sombra (aunque en mi caso estaríamos hablando de poco sol por no decir nada). Es coherente e inflexible, todos los minutos duran lo mismo, al igual que las horas y los días. Es traidor porque, de vez en cuando, te puede parecer que te ofrece una tregua pero es un espejismo, el rayo de luz al final del túnel se esfuma de nuevo.

Luz.
Una bombilla pende de un triste hilo colgado del techo. Vivo en una penumbra casi constante en invierno e intermitente en verano. Cada vez que un compañero de corredor nos abandona la luz de la bombilla emite un pequeño destello seguido de una vibración eléctrica que a mí, veinte años después, me sigue estremeciendo. Es el adiós de un compañero y la certeza que tu día está más cercano. La lista se acorta. Hay quien dice que este fenómeno tiene algo de poético.

La poesía es amor, alegría, tristeza, pasión, dolor, sufrimiento, indiferencia, encuentros y un hasta luego.

Yo he amado, he reído, he llorado, me han querido, he herido y me han herido, he sufrido, me han ignorado, he hallado.

Hasta luego.

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