miércoles, 29 de febrero de 2012

noches de verano

Siempre viajé ligero de equipaje,
Sin ataduras ni carruajes.
Nunca me gustó fumar de prestado,
Gastando mi tiempo con el tío de al lado.

Brindé al sol buscando una respuesta,
Dormí al raso después de la fiesta,
Caminé lo andado ofreciendo una recompensa,
Esperando tan sólo una dispensa.

Pasé de falsos tahúres y magos,
Bebiendo whiskey a tragos,
A los que nada ofrecen y todo lo absorban,
Un beso, un saludo y que os jodan.

Lecciones de quita y pon,
Sentimientos desbocados sin ton ni son,
Tormentas de verano que rehuí,
Por no saber lo que perdí.

lunes, 27 de febrero de 2012

el maestro

Recuerdo a mi padre ajustándose la pajarita delante del espejo. Presentaba un rictus serio, cómo siempre. No era una seriedad que se pudiera enmarcar en la caja de un simple enfado, era ese tipo de seriedad que precede a momentos de máxima tensión y concentración. Sé que en ese mismo momento, el maestro podría haberme firmado mis horrorosas notas del cole sin apenas pestañear. En las horas previas a un concierto, el maestro entraba en una especie de trance que le alejaba de la condición de padre de familia. Mamá nos había prohibido pedirle, preguntarle o cualquier otra cosa que implicara una decisión en esos momentos sin estar ella presente. Sabía que entonces actuaba o hablaba el maestro y no el padre.


El esmoquin le sentaba de fábula. Parecía un actor de cine caminando por la alfombra roja. Su determinación cuando caminaba era digna de admirar. La forma en que se colocaba los dobles puños con gemelo era ya un tic clásico. El maestro repasaba mentalmente todas las notas del concierto en su cabeza mientras sacaba brillo a sus zapatos ingleses de cordón. Era un espectáculo. Recuerdo una vez, que mamá me castigó por invitar a un par de amiguetes del cole aficionados a la música para que pudieran ver como el maestro preparaba su función. Me castigó porque les había cobrado entrada, les había cobrado la merienda y el asiento.

Era su gran día. El concierto que le iba e encumbrar cómo una de las leyendas vivas de la música clásica. Y lo fue. Su actuación fue memorable. Nada que reprochar. Estuvo simplemente perfecto.

Al día siguiente, anunció que lo dejaba. Sabía que había alcanzado su objetivo. Ya nada le interesaría dentro de la música. Lo dejó siendo un mito. Mi próximo objetivo dijo va a ser mi familia. Ese día entendí que más me valía ponerme a estudiar porque se acabó lo de que me firmara las notas un tío en pleno trance.

Papá murió hace un par de días de viejo y plenamente feliz. Nunca más fue el maestro.



miércoles, 22 de febrero de 2012

4 amigos

Vinizius es un tío feo pero con encanto. O con gancho cómo dirían algunas. “Vini” cómo le llaman sus colegas de barra y taburete es muy amigo de sus amigos, pese a que ellos son unos cabroncetes de mucho cuidado. Vini da gracias a que la adolescencia haya pasado y la época universitaria también. Ahora bien entrados (o más bien a punto de salir) los treinta, siempre se pilla algo a altas horas de la noche cuando el alcohol y la cruda realidad azotan la seguridad en si misma de las “treintañeras que llegaron tarde al reparto”. Él aplaude que la sociedad aún vea a los treintañeros solteros como tíos independientes y a las treintañeras solteras como una paria social.


Henkel es el raro. Ni guapo ni feo pero a todas luces el más sombrío del cuarteto. “Henk” cómo le apoda el resto se deja llevar por el resto pero a la hora de decidir ciertas cosas es muy suyo y decide en base a parámetros bastante desconocidos para el resto. El tema del apareamiento como el suele llamarlo le trae sin cuidado, siempre lo ha visto como una cosa accesoria y para nada vital. Nunca dirá que no a una “refriega horizontal” (término suyo) siempre y cuando sea ella la que le venga a buscar. Las drogas que se fuman, el tabaco, el alcohol y su música es todo lo que necesita. Él es plenamente consciente que nunca cumplirá los 50 y eso le libera de ciertas cargas sociales, que se antojan inalcanzables para el resto. Es el precio de la libertad dice él.

Tesco es el guay, el que deslumbra. Es guapo y lo sabe y su uso (cuidadosamente estudiado) de la caída de ojos le da un poder absoluto en los primeros minutos de la contienda. Sin embargo, “Tes” es el más inconstante. A medida que pasa el rato se va diluyendo como un azucarillo. Todo lo que no haya conseguido en las primeras horas se va a esfumar. Sus fantasmas de la soledad le asaltan a partir de cierta hora y eso le acojona. Presume de haber goleado en todos los estadios españoles y haber cortado orejas en la mayoría de plazas españolas que se precien. Pero su récord no sacia su intranquilidad. Sabe que con Lis perdió el tren por no tener lo que había que tener. Y eso todavía escuece.

Pepsi es el cachondo. Su físico carece de destacable virtud o defecto. Es el pagafantas del equipo, o el gregario perfecto. Lejos de parecer el macho alfa (de hecho ni Tes lo es), él es que a menudo establece contacto con ellas para volver sólo y apaleado mientras maldice su táctica en el taxi de vuelta. “Pep”, como le llaman Vini, Henk y Tes, lo lleva con suma resignación y esperando el gran día que el cielo se abra y los elementos se conjuren para jugar a su favor. Pep fija mal el objetivo y siempre lo acaba pagando y no será hasta entonces (el día que se dé cuenta) que el cielo se abrirá no con un pibón pero sí con una que ha llegado tarde al reparto y que tenga ganas no sólo de echar unas risas.

Hoy es miércoles. Hoy tocan birras en Cheers!

lunes, 20 de febrero de 2012

mi amigo el tejón moteado

Nunca hemos sido personas de invierno. De esas que se recogen al abrigo de un mullido sofá y una manta de lana virgen, a poder ser que no pique. De esas que se cobijan bajo una lámpara de pie a partir de las cuatro de la tarde en busca de la tan añorada luz del sol.


Apetece coger el coche y conducir descapotados bajo un sol de justicia que dore nuestros sueños. Abastecerte de agua y poca cosa más que no sea ganas de paladear los sesenta segundos exactos que tiene un minuto y los 3.600 que tienen una hora. Pensar en frutas alegres más allá de la triste naranja y la aburrida manzana. Ir caminando y recoger de los árboles todo aquello que ha ido madurando en los largos meses fríos que acaban de pasar. Es el premio a la perseverancia, al levantarse cada mañana llueva, truene o granice. El verano es el merecido reposo del guerrero tras la ardua batalla y el remanso de paz que se ofrece ante la siguiente afrenta.
Despedir a los calcetines hasta nuevo aviso, finiquitar a los zapatos de forma rápida y sencilla gracias a la nueva reforma laboral. Contratar a las chanclas, los pantalones cortos y al buen humor. Dar paso a las hamacas y tumbonas en detrimento de sofás y butacas. Dormir la siesta como si de la última se tratara (con baba incluida) en vez de las cabezadas taciturnas del invierno. Saludar al optimismo que tan hondo se suele esconder en los albores del nuevo año del calendario, hacer eso del borrón y cuenta nueva. No hay nada que un buen baño salado y una cerveza al sol no pueda solucionar. Nada.
Brindar por los que vienen y sonreír recordando a los que un día nos dejaron paso. Aplaudir esas conversaciones a la luz de las estrellas como si del debate del Estado de la Estación se tratara. Abrazar esos momentos como si de una fruta exótica se tratara todo esperando beberte el mejor zumo del mundo.

Y es que hoy, día universal del tejón moteado, tenemos ganas de sol, ganas de camiseta, ganas de horchata y helado de pistacho.

jueves, 16 de febrero de 2012

la verdadera Guerra Fría

Nicolás siempre pensó que ir al supermercado era divertido. Cuando viajaba tenía por costumbre darse un garbeo por un par de supers para ver qué tal, decía que eso era cultura popular y autóctona. Otra de los rituales que cumplía era visitar las inmobiliarias para ver qué costaría vivir en una casita por ahí. Solía hacer volar la imaginación, se veía tomando un gin tonic en esa terraza que aparecía en la foto o se imaginaba cocinando unos riquísimos tortellini con setas y trufa.


La reafirmación de su afición por visitar supermercados le llegó un día estando en Rusia. Era pleno mes de agosto y cómo no el país ruso no admite tibiezas en lo que a temperaturas se refiere. El calor era abrasador. Entró en el super y se sintió decepcionado al no notar alivio ya que no había aire acondicionado.

Pensó que la zona de los congelados y las neveras era el mejor sitio. Emprendió su ruta por el pasillo de las galletas y chocolates. Nada destacable pensó. Giró a mano derecha hasta ir a parar con el de la comida enlatada, el nivel está bajando pensó.

Posteriormente, viró a la izquierda y enfiló el pasillo de las lejías y detergentes. Al final, vio la luz. Llegó al sector de los congelados y literalmente se imaginó llamando a las puertas del cielo, una gran puerta de madera encima de una nube. La zona estaba llena de rusas en camiseta, sin sujetador y con una temperatura más que fresquita. Se imaginó aprendiendo ruso tan sólo para decirle cosas bonitas a la rubia de la zona de los calamares, luego giró la cabeza y se imaginó de viejo en pleno invierno con esos gorros de foca en la cabeza con la morena que estaba delante de la nevera de los helados.

Ahhh, por fin entendía lo de la guerra fría, el porque USA quería dominar y someter a la extinta URSS. Lo del comunismo vs capitalismo era una burda cortina de humo que intentaba esconder el puritanismo yankee y el hecho que las chicas de los congelados de USA daban pena al lado de las Oxanas, Angelinas y compañía.

Todo había sido una pura mentira. Putos gringos!

martes, 14 de febrero de 2012

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El problema español ha sido siempre objeto de debate. De estudio cómo diría el bueno de Eladio tomando un chatito de vino en el bar de la plaza del pueblo. Ahora está más candente que nunca dado el aguacero que está cayendo. Para empezar no tenemos materias primas valiosas como petróleo y gas que nos solucionarían la vida como a Noruega o cualquier país árabe. Pero siendo sinceros, conociéndonos seguro que acabaríamos las reservas en un pis-pas. Para seguir, nuestra situación geográfica juega en contra ya que estamos aislados, somos una isla no tenemos mucho tránsito del que podamos sacar partido.

Vayamos por las cosas que sí tenemos, sol, buenas playas y un clima que ofrece unas excelentes perspectivas de vida cuando uno piensa en jubilarse. También tenemos o teníamos la red de cajeros automáticos más extensa por habitante del mundo. Los bancos y cajas formaban parte de nuestro barrio. También teníamos una creciente necesidad de entrar en Europa a toda costa y demostrar al precio que fuera que éramos los mejores de la clase. El cóctel nos ha salido demasiado fuerte en lo que a alcohol se refiere, y ahora nos espera una digestión pesada con un sabor más que amargo. Ah, me dejaba los chorizos pero creo que de eso hay en todos lados pero lo de las bolsas llenas de pasta al calor del tocho se presentaba irresistible a más de uno.

Mi modesta opinión como Evaristo Dosdías es que en España fallan los cimientos. Falla la educación. Falla el hecho que el nivel medio de inglés sea muy bajo aún hoy en día. Falla el hecho que después de más de 30 años de democracia ningún presidente español haya sido capaz de hablar inglés, requisito indispensable para cualquier camarero en un bar de la costa española. Falla que no se enseñe a hablar en público, que no se obligue a los niños a salir más a menudo a la pizarra, a perder la vergüenza. Esto es algo que hacen muy buen los ingleses. Falla que la gente no entienda que las cosas cuestan dinero, y que para poder disfrutar de ellas hay que pagar unas cosas dolorosas que se llaman impuestos. Basta de listillos de la clase que no pagan y se aprovechan. Y la puntilla, e imagino que más de uno no estará de acuerdo hay que confiar más en uno mismo y dejar de aferrarse a la silla (trabajo), ser más ambicioso en lo que a proyección profesional se refiere y ser más profesional.

Que nadie dude que de todo se sale, lo que hay que intentar es salir lo antes posible y al menor precio posible. Por tanto, si un candidato no habla inglés por lo menos (en mi opinión debería hablar por lo menos dos más), debería no poder acceder al puesto. Qué las judías nos la jugamos con tipos que hablan en inglés y es indispensable tener buen “feeling” con ellos.

Simple y llanamente.

domingo, 12 de febrero de 2012

Sweet Lucy

Las gotas repican sobre la claraboya. Es de ese tipo de ruidos que se pueden catalogar como placenteros. Lucy está profundamente dormida, tiene la inmensa suerte de dormir a pierna suelta. No recuerdo demasiadas cosas de la noche anterior. Tan sólo los básicos de la misma. Noche, alcohol, tabaco, música y taxi de vuelta a casa. Ayer por la tarde quedamos varios del cole unos 15 años después para volvernos a ver y tomarnos unas birras.


A priori, siempre he sido reacio a este tipo de cosas. Nunca me han gustado los momentos artificiales o los reencuentros forzados. Pero mi mal humor constante hizo que Willie me obligase a ir. Me dijo que las chicas estaban guapísimas y todas habían preguntado por mí la última vez. No me lo creí, porque nunca fui “un sospechoso habitual” en el cole. Acepté con más desgana que ilusión, lo cual no le sorprendió al bueno de Willie. Él ya estaba satisfecho.

Al llegar estaba todo el mundo. Es lo que tiene pararse a hace un par de birras con Willie en otro bar, que uno se lía y llega tarde. Visualicé la escena rápidamente y allí estaban los memos del cole, unos calvos, otros gordos, otros iguales, algunas tías buenas echadas a perder, algunos patitos feos venidos a mejor,…. Pero escondida o más bien agazapada estaba Lucy. Mmm, mi dulce Lucy, con ella siempre tuve una conexión especial. La gente decía que salíamos juntos pero nada más lejos de la realidad. Ella me gustó bastante tiempo y creo que yo le gusté otro tiempo- El problema fue que no hubo coordinación de tiempos y todo quedó en una buena amistad. Luego, los quehaceres y el día a día fue engullendo todo aquello y dejamos de vernos, de saber el uno del otro.

Hasta ayer. Había imaginado esto millones de veces quince años atrás y ahora fue salir al campo y meter gol. Qué fácil es todo con 30 y pico y qué difícil es la etapa adolescente.

Aunque en el fondo todo se reduce a salir, beber, el rollo de siempre….

martes, 7 de febrero de 2012

dulce condena

James ajusta la ventana y la cierra. Esta noche vuelve a hacer frío. Y ya van cinco seguidas. Mira cómo el mercurio se queda de nuevo por debajo de ese número infernal que es el cero. James se frota las manos en busca de calor instantáneo y placentero pero que apenas durará unos segundos. Mira orgulloso esas pantuflas horrorosas de color burdeos con una borla y con la suela de cuadrito inglés. Esboza una media sonrisa cómo el niño que sostiene una pelota de béisbol el segundo antes de lanzarla contra la ventana de la vecina. Su pijama de algodón le mantiene a salvo del tan temido frío. El batín que va a juego con las pantuflas acaba de reconfortar su magullado cuerpo.


Se sabe a salvo a nivel físico, sabe que su cuerpo ya no sufrirá las inclemencias del tiempo. De la misma forma que es consciente de esto, sabe que le va a ser difícil pegar ojo. Ayer no pudo, ni el día anterior, ni el otro.

Su cara se le aparece en el preciso instante que junta los párpados y se lo tiene aterrorizado. Esa imagen le paraliza y le impide dormir.

Una vez leyó que un hombre puede estar sin dormir un máximo de once días y él ya ha recorrido la mitad de ese camino y se encuentra cada vez peor.

La lógica cartesiana dictaría que llamar a un médico podría poner remedio a eso. Pero él no tiene acceso a eso. Sabe que es el pasaporte a la cárcel. Prefiere morir a volver a la jaula.

Baja al sótano a comprobar que todo esté en orden. El arcón frigorífico está dónde siempre y cerrado a cal y canto con un candado. Él sabe quién está dentro. El bueno del señor Mortimer, el señor mayor viudo y sin familia al que llevaba estudiando desde hacía tres meses desde el banco del parque.

Prefiere morir de sueño que de frío. Es su dulce condena.

jueves, 2 de febrero de 2012

Honor!

Perseguiste los pasos que dejaste atrás,
Aplaudiendo los hechos consumados,
Sin perder de vista a los demás,
Ya fueran alabanzas o pecados.

Probaste a escapar de aquel tormento,
Huir de todo aquello que olía a derrota,
Con más coraje que aliento,
Y tu sangre derramada gota a gota.

La sonrisa burlona de la guillotina,
El grito desgarrado de muchos a raudales,
El verdugo con más hastío que inquina,
La traición de los sospechosos habituales.

El beso frío de la cuchilla,
El llanto vacío de los tuyos,
Del susto a su gran pesadilla,
Hurra sin contener de los suyos.

Te sientes tranquilo y liberado,
Dejando atrás al vil y al canalla,
Ahora que todo ya ha pasado,
Ya no queda ni fragor ni batalla.

miércoles, 1 de febrero de 2012

marionetas del pasado

Mi padre trabajaba en la Panasonic. Era comercial de pequeño electrodoméstico y cubría el sur de Europa, lo que ahora serían “los periféricos”. Era un hombre con planta y manos grandes. Según él, un hombre que no tuviera la mano grande nunca llegaría a hacer grandes cosas. La teoría, según mi padre, era que, en uno contra uno, el primer apretón de manos era clave. Era lo que abría la lata o te cerraba las puertas sin ni siquiera haber hablado. Crecí obsesionado con el tamaño de mis manos (curiosamente mi hermano creció obsesionado con la longitud de ese nocturno y alevoso compañero de fatigas). Según mi hermano, era lo que abría la lata (piernas) o lo que te cerraba las puertas (bragueta).


Mi padre siempre jugaba a darme la mano y machacarla cuando no estaba atento, fortalece la musculatura decía. Menudo dolor. Recuerdo mirar las manos de la gente y por su longitud era capaz de descifrar su estatus social en la vida.

Su trabajo de comercial le obligaba a viajar con cierta frecuencia y a ausentarse de casa durante varios días. Siempre tuve a mi padre en gran estima y concepto, era recto, educado y un trabajador infatigable. Yo quería seguir su ejemplo mientras me miraba la mano en el espejo e imitaba su típica cantinela de “Hola, soy Ramírez de la Panasonic,…” Quería trabajar en esa empresa.

El tiempo crucificó a esa empresa (eso y la mala gestión). Era una señal pero no lo supe ver. Tenía unos 25 años y mis manos no eran especialmente grandes, eso me atormentaba. Quería seguir el ejemplo de Don Ramírez.

Un día mi padre apareció muerto en un prostíbulo del sur de Italia. Primero pensamos que era un error, mi padre y su moral intachable no podían estar en ese antro. Luego, tras certificar que era él, indagué.

Mi padre no sólo tenía las manos grandes sino largas. Tenía otra familia en Portugal, con dos hijos igual que nosotros para no errar a la hora de llamarnos a la mesa. Era un asiduo de los prostíbulos italianos y murió de gonorrea.

Todavía recuerdo al capullo de mi hermano soplarme a la oreja: “ves cómo lo que de verdad importa es el pito y no las manos”. Ese día di gracias por tener unas manos normales y que la puta Panasonic hubiera cerrado.