miércoles, 26 de septiembre de 2012

Na Zdorovie!

Sabía que tenía un problema. Vodka con tónica antes de las 11 de la mañana era el claro ejemplo. Me habían jodido bien. A mis treinta y muchos de apariencia pero cuarenta y tantos de verdad eso era poco más que un órdago. Era una afrenta en toda regla.


Lars era un tipo duro y siempre le había tenido por un tío legal. Era de esos que te decía “menuda mierda de camisa llevas” aunque fuera nueva o “tu novia es muy fea, simpática pero fea de cojones”. Iba de cara. Por eso me ha pillado con el paso cambiado.

Jan-Erik era y es, sin duda, un cabrón de aúpa. Lo sabía y por eso lo vigilaba de cerca. Tenía un afán desmedido por el dinero y por el poder. Y eso, en cierta medida, nos iba bien. Era el encargado de negociar con los rusos. Él creía tener una ventaja muy grande en comparación a Lars y a mí. Él pensaba que era el único que hablaba ruso. Suerte que me dejé ese as en la manga.

El email que tengo delante es una bomba. Lars y Jan-Erik proponen a los rusos crear una nueva sociedad, dejándome al margen. Yo creé la infraestructura del gasoducto ficticio por dónde filtramos y pasamos todo el caviar y el vodka de contrabando al resto de Europa. Cabrones!!

Necesito pasta para contraatacar, ofrecer a Dimitri y Sergey diez millones de dólares más que Lars y Jan-Erik. El problema es que con las cajas de ahorros quebradas ya no tengo acceso directo al cash ilimitado. Hablaré con el chino de debajo de casa, como él dice.”yo estal siemple plepalado pala business”. Vamos a ver qué cartas tiene el chino.

Na Zdorovie!

lunes, 17 de septiembre de 2012

Cuando Cayetana caminaba sobre sus tacones

Cayetana siempre fue un nombre que le venía que ni pintado. Entre la infinidad de nombres que se encontraban al alcance, el suyo era sin duda el que mejor maridaba con ella. Mujer de porte elegante y menudo pero con una sombra muy alargada como si de un ciprés se tratara. Sin dobleces, ni trampa ni cartón, de esas personas que estás a favor o en contra de ellas.


“Caer mal a la gente no me importa, lo que no soporto es caer indiferente”- solía decir mientras apuraba su whiskey. La tentación de hacerse notar cuando había se hallaba rodeada era enorme. Tanto que no lo podía remediar.

No menos característicos eran sus tacones. Siempre andaba con ellos. Con estilo y gracia, que para eso dedicaba al menos una hora al día a caminar delante del espejo para perfeccionar su técnica.

Nunca repetía zapatos. Lo encontraba vulgar. No disponía de gran capital por lo que ponía en práctica una táctica muy cuidada y estudiada para poder devolver los zapatos una vez usados. Se ligó a un podólogo para que le hiciera un estudio detallado de su forma de pisar para saber exactamente en qué cuatro puntos se concentraba el 80% de su peso. Una vez lo tuvo, dejo al podólogo por tener una profesión poco glamorosa y se fue a la ferretería del barrio para comprar un celo de doble cara transparente para poder engancharlo en esos cuatro puntos y así evitar la aparición de rozaduras en las suelas.

Su táctica siempre dio resultado, era un plan perfecto o casi. El hecho de caminar cada día con zapatos nuevos era un martirio y provocó que sus pies se deformaran por culpa de los juanetes. El dolor llegó a tal extremo que no lo pudo soportar y, negándose a pasar por el quirófano (ya que hubiera tenido que llevar zapatillas durante un par de semanas), se quitó la vida.

La última vez que la vi, salió con los pies por delante. Tal y cómo ella quería ser recordada.



jueves, 6 de septiembre de 2012

Las bicicletas del mañana

Andar en bicicleta es algo universal. Todo el mundo (o casi) lo sabe hacer. No he conocido a nadie que no sepa. Unos tardaron más que otros pero todos llegaron a cumplir el objetivo.

Sin duda, es algo que mola. Y eso que hace demasiado que no monto. Pero cuando lo hago es como volver atrás. Se produce una especie de conexión entre los 80’s y el 2012. La sensación de velocidad en la cara, levantar rueda o derrapar es impagable.

Hay pocas cosas que me devuelvan tan rápido a esas largas tardes de julio con Pablo. Él con su BH azul y yo con una heredada. Lo importante no es la marca de la bici sino poder tenerla. Es un lujo, probablemente el primer paso hacia la independencia de tus padres. Compartir caídas, pinchazos, adelantamientos imposibles rozando el seto. Escapar del cabreo de Quimeta y Josep.

Enseñar a tu hijo a ir en bici es como devolver algo que te habían dejado prestado hace muchos años. No es tarea fácil pero es muy agradecida. Es bajar un escalón en esa relación “padre-hijo” y estar al mismo nivel. Ves que te quiere adelantar, te quiere superar y lo mejor de todo es que sabes que no tardará mucho en hacerlo.