jueves, 22 de agosto de 2013

black Friday

Y se fue como se fueron las cosas que un día pensé eternas. No fue sino un claro signo del decaimiento general que empecé a sufrir. Y no hay culpables. Y si los hay, no los quiero señalar porque eso tan sólo conduciría al reproche, al lamento y a la postre, el distanciamiento.

Recuerdo estar sentado en el balancín del porche, bebiendo una cerveza y meciendo mi atormentado humor. Las láminas de madera crujían con cada movimiento como si en el fondo me quisieran recordar que estaba cabreado, angustiado y con ganas de matar a alguien. Era uno de esos momentos en los que notaba mi sangre hervir y mi mandíbula ejerciendo una presión muy fuerte.

Pese a mi firme propósito de no culpar a nadie, debo admitir que no lo estaba consiguiendo. A cada trago de cerveza la ira se iba desatando más y más y la idea de coger la escopeta y salir a patrullar había cruzado ya la frontera sin retorno.

Me habían despedido por la mañana, hasta ahí nada fuera de lo normal ya que era crónica de una muerte anunciada. Lo que hizo que perdiera el juicio fue mirar atrás y recapitular. Había estafado a amigos y familia con un producto financiero que yo pensé que era seguro. Parecía seguro porque no tenía la suficiente formación para entender algunas de las características “mortales” del producto. Me presionaban para que colocara es mierda y yo sin querer darme cuenta. Tuve que pedir adelantos para devolver parte del capital a mis allegados y, aun así, seguí siendo un apestado.

Mi mujer acababa de marcharse de casa dejando una nota, “Me voy, no me busques. C.”
Marginado, estafador, en el paro y ahora cornudo. Eso sí que no, lo podía aguantar todo menos que mi mujer se fuera con el cabrón que esa mañana había firmado mi carta de despido.

lunes, 19 de agosto de 2013

La escalera maldita

Bajas por la escalera. Muerto de miedo. El crujido del penúltimo peldaño me condenará, lo sabes y tan sólo piensas en ello. Cogido a la barandilla como si en ello me fuera la vida (y de hecho me va), empiezo a notar sudores fríos discurriendo por mi sien hasta la barbilla y unas ganas tremendas de ir al lavabo. No has podido escoger peor momento- pienso y pese a ello sigo aferrado a lo que bautizo mentalmente como “la línea de vida” para hacer el menor ruido posible y bajar rápidamente.

Es el penúltimo, recuérdalo- no ceso de pensar en ello mientras el miedo se va apoderando de mi cuerpo y casi podría decir que de mi alma. He tomado la sabia precaución de descalzarme y me he dejado los calcetines puestos ya que al ir descalzo la piel de mis pies se podría quedar pegada a los peldaños de madera. Soy plenamente consciente de que corro el riesgo de resbalar pero decido arriesgarme en pos de un descenso más veloz y confiando casi a ciegas en mi equilibrio.

Noche cerrada en una casa donde reina la paz, ese momento de calma que te ataca los nervios porque sabes que puede ser tan sólo el preludio del infierno. Notas cómo la música de Psicosis empieza a sonar en tu cabeza o cómo la niña del exorcista te mira y te dice: “mira lo que ha hecho la guarra de tu hija”.

Y te cagas, no literalmente porque conservas una tonificación muscular de los esfínteres aceptable pero eso te recuerda que el lavabo te reclamaba. Estas estúpidas cavilaciones mentales te han desconcentrado y no sabes dónde está el puñetero penúltimo escalón. Justo en ese momento, notas como tu peso se cierne sobre un peldaño que se comba de forma notable hacia adentro y comprendes que has pisado el peldaño maldito, que has picado a la puerta del infierno con un puño americano preguntando si tenían cerillas. De forma rápida, intentas valorar tus opciones, sabes que cuando levantes el pie el ruido será atronador (para esas horas) y piensas que tu situación no es mejor que el tío que acaba de activar una bomba con su peso y que si libera la presión saltará por los aires.

Sabes que tú también saltarás por los aires de la hostia que te va a meter tu madre porque son las seis de la mañana y tu hora de llegada eran las dos. Sabes lo que te espera, y lloras. Sabes lo que te espera e imploras un milagro para poder salir vivo de ésta.

La divina providencia se ha cruzado en tu camino o quizás haya sido tan sólo la conjunción de los astros, prometes chequear tu horóscopo mañana para salir de dudas. El caso es que oyes un gemido de mujer que se acelera y va ganando en decibelios, calculas bien el intervalo del ruido sincopado y esperas un poco a que el aullido gane potencia y quitas el pie.

La refriega sexual sigue su curso y tú te desvías al ala de la casa segura, lugar donde te espera un lavabo confortable y una noche plácida dónde redimirás tus horas de sueño y resaca.
Sabes que en el próximo test gilipollas que te hagan dónde aparezca la pregunta “Has oído follar alguna vez a tus padres”, tendrás que pasar palabra o intentar al menos quitar esa imagen mental de tu cabeza… pero eso ahora es lo de menos. O no.

lunes, 12 de agosto de 2013

la gota malaya

Oía el goteo del grifo del lavabo, incorporé el ruido a mis monótonos pensamientos ya que su lenta cadencia se mimetizaba casi a la perfección con el ritmo de mis neuronas. Tenía la cabeza embotada pese a no haber bebido esa noche, lo cual era infrecuente últimamente.

¿Y si no puedo dormir por qué no he bebido?- cavilé. Recuerdo estar sumamente cansado y que el colchón me abrigaba, no más bien me abrazaba de forma violenta. Pensé en alargar el brazo y poner en marcha el ventilador pero me pareció una tarea titánica como si en mi interior, dos fuerzas muy iguales- la actividad vs la inoperancia- estuvieran librando una ardua batalla.

Recordé el artículo que escribí hace años en el magazine del periódico sobre el insomnio y varios remedios para combatirlo al alcance de todos. Pero al segundo, tras un rastreo mental rápido por todas y cada una de las opciones que en su día ofrecí, descarté seguir las indicaciones de mi artículo. Me acordé del hombre chino que más aguantó sin dormir antes de caer desplomado, eran 70 horas? Por un momento, visualicé un fotograma donde yo salía con un diploma del record Guiness por ser la persona que más ha aguantado sin dormir y no haber muerto. Fijé el zoom en el certificado y ponía 900 horas. Lo cual me pareció a todas luces una barbaridad ya que supone no pegar ojo en 37,5 días con todas sus horas, minutos y segundos.

Esa cifra me hizo dudar acerca de la posibilidad de haber caído dormido y estar en medio de un sueño. Un sueño, como muchos, inconexo y sin ningún significado aparente. Y en medio de esa confusión, el hilo musical de la gota de agua desapareció y con ella mis pensamientos.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Juego de Tronos

Poca intimidad, casi ninguna de hecho. Poco más allá de verle los calzones a rayas mientras se cambia de espaldas y medio tapado por la puerta del armario. Se preguntarán que porque uso un medio tan público para ventilar mis hostilidades con mi marido, el Senador Williams.

El Senador es un hombre recto, serio y cumplidor. Buen padre de familia y un gran patriota. Iza la bandera cada mañana en nuestra casita de las afueras de la ciudad. Conduce un coche americano, bebe cerveza mientras mira el béisbol y lloró desconsoladamente (como todos) el 11-S.

Los basics los cumple ampliamente. No piensen que entraré en temas de alcoba y mucho menos voy a acusarle de ser homosexual, no van por ahí los tiros.
Mi queja es más profunda, no he visto cagar nunca al Senador Williams. Es obvio que lo hace pero nunca lo ha hecho en mi presencia y eso me tiene mosqueada. Lo encuentro una profunda falta de respeto y de intimidad. Mis amigas del bridge suelen comentar a menudo sus conversaciones con sus maridos cuando éstos o ellas mismas están sentados/as en el trono.

Según me cuentan, ese momento es una clara encarnación de una lucha cuerpo a cuerpo ya que el tronista usa armas químicas (a menudo de destrucción masiva) mientras el otro (si es capaz de sobrevivir a la densa atmósfera) tiene libertad de movimientos y de palabra ya que su oponente se halla anclado al agujero sin poder reaccionar de inmediato.

Comentan también que es el signo de mayor confianza en una pareja, es lo más íntimo suele comentar mi amiga Daisy. Nunca me lo había planteado antes pero encuentro que a nuestra relación le falta ese punto culminante y es por eso, que Senador Williams (Joe) le (te) pido encarecidamente que a partir de ahora cague (s) delante de su esposa (tu dulce Lili).

Aprovecho la columna que tan amablemente me ha cedido el editor del periódico (el Sr. Smith) para animar a las señoras que sufren esta carencia en silencio como yo que se alcen y que pidan a sus maridos entrar en esta contienda tan íntima y personal.

Firmado,
Lili Williams
Esposa del Senador Williams
Estado de Illinois

lunes, 5 de agosto de 2013

Salvemos a Golo

Golobardo era niño de facciones redondas y de panza prominente. Le solíamos llamar Golo a modo de diminutivo y por su afición a las gominolas. Él detestaba que lo nombráramos así pero pronto todos olvidamos su verdadero nombre.

Solía vestir camisetas a rayas horizontales que no hacían más que magnificar su oronda figura. Recuerdo que en nuestros interminables partidos de fútbol, contrariamente a lo que cabría esperar él era el primero en ser elegido por los capitanes. El motivo es que Golo era un excepcional cancerbero, no tanto por sus habilidades técnicas sino por motivos de envergadura y el reducido tamaño de las porterías que usábamos. Cuando exigía poder jugar en otra posición el capitán de turno le disuadía cantándole un par de milongas acerca de lo imprescindible de su actuación bajo los palos. Y como no, claudicaba.

Golo era pan con chorizo y manchas de lentejas en los pantalones, gotas de sudor en la frente y olor a tocino pero con cara de buena gente.