domingo, 24 de noviembre de 2013

pastillas microbióticas

Era el mes de diciembre, lo sé porque el mercado de navidad estaba instalado en la plaza. Uno de esos mercados navideños centroeuropeos con muchas casetas de madera y acertadas luces que daban un aspecto al centro de felicidad un tanto impostada, pero felicidad al fin y al cabo.
El frío y la fina nieve que caía junto al Glühwein o vino caliente que servían hacían el resto. Caminamos por el lateral de la plaza intentando evitar el bullicio y tratando de coger un salvoconducto que nos llevara al bar donde me pediste que fuéramos.
Pensé que tendrías ganas de beberte una buena cerveza trapense y disfrutar de la chimenea grande y amplia que tenía el bar.

Mesas de madera y cómodos bancos con suaves cojines almidonados mientras discutíamos sobre lo divino y lo terrenal tan sólo con el firme objetivo de bebernos la tarde.
Y así fue al principio. Recuerdo que empezamos con el aborto, pasamos por el capitalismo y saltamos al derecho a morir dignamente. Supongo que el hecho de haber bebido tres cervezas de intensa graduación nubló mi vista y no te vi venir hasta minutos antes. Sé que lo intuí en un momento dado de lucidez transitoria y escapé a cambiar el agua al canario. Mención aparte merece el lavabo del bar ya que meabas contra una cristalera de un patio interior con un árbol en medio. Era diferente.

Al volver, supe que me abordarías cual perro de presa y es por eso que llamé al camarero y le pedí las cartas. Un par de salchichas alemanas vendrían bien para atemperar el alcohol y mis nervios. En mi cabeza la máquina propagandísticas Gobbeliana se había puesto en marcha y ya me había montado mi propia peli. Y era de terror.
Tu pérdida de peso importante de los últimos meses, que obviamente había notado pero debo reconocer que te sentaba bien. Haber conseguido deshinchar esa panza perenne no te hacía ningún daño. En el lavabo mientras meaba contra la cristalera, vi tus ojeras y diría que menos pelo de lo habitual en tu sesera.

Cuando el camarero se fue, resoplé y tomé aire para lo que se venía. Ciclón categoría cinco pensé, pese a no tener ni idea de las categorías de los vientos. Marrón al canto.
Empezaste tú, retomando el tema, te escuché al principio pero al cabo del rato desconecté. Mi cabeza iba a una velocidad infernal. Llegados a un punto, me dijiste:

“¿Me estás escuchando?”

“Mira, francamente, no. Hace un rato que ya no. Creo que me quieres decir algo y hace rato que andas dando vueltas. Te conozco bien, suéltalo ya, la intriga me mata”
La intriga me mata, soy imbécil, tenía que soltar esa frase en ese preciso momento. Ya me imaginé el inicio de la respuesta, en plan “pues a mí lo que me mata es el cáncer”. Escenario desolador.

“Pues ahora que lo dices,…”

“Ves, te conozco bien, sabía que había algo grave”

“Hombre grave no es. Tan sólo ley de vida. Te quería pedir,…”

“Ley de vida? No me jodas. Somos relativamente jóvenes y tú te estás muriendo, y me lo dices en un bar cuando estoy medio borracho y apelas a la ley de vida como salvavidas de la situación. He dicho salvavidas? Vale, quizás no es la mejor expresión dadas las circunstancias pero,..”

“¿Qué dices chalado?”

“Pues eso joder. Que he atado cabos. Derecho a morir dignamente, pérdida de peso increíble, ojeras, pérdida de pelo,…dímelo, lo soportaré dignamente. De qué es el cáncer? Cuánto te queda?”

“¿Qué? ¿Qué dices majara? Estás muy borracho, no?

“Lo que oyes”

“A ver tonto a las tres. Punto uno, derecho a morir dignamente, un tema controvertido más para hablar mientras tomamos una cervezas, como la polinización de la abejas húngaras o la fauna y la flora de las mujeres rusas en el estalinismo. Dos, pérdida de peso que viene dada por unas pastillas macrobióticas que me dejan comer a gusto y cagar una cantidad ingente de veces y que me dejan el esfínter como el papel de lija sólo para poder intentar ligar. Tres, las ojeras son producto de tu imaginación y lo del pelo tres cuartos de lo mismo”

“Ehm, vaya no sé qué decir”

“Yo sí, gilipollas!!! No me mates antes de cuenta y, cojones no te montes cuentos chinos. Dónde están esas bratwurst, me muero de hambre joder. Discutir y pegarte cuatro gritos me ha abierto el apetito. Espera, tengo que tomarme tres pastillas de esta mierda para ingerir tan sólo el 20% de las calorías”

Y seguimos a lo nuestro. Como si tal cosa.


lunes, 18 de noviembre de 2013

Pim pam desde el noveno piso

Debía ser un día frío ya que era el mes de noviembre en una ciudad centroeuropea cualquiera. Seguro que había llovido por que suele ser el pan nuestro de cada día.

Ella parecía ser una persona que a priori, lo tenía todo o al menos una situación privilegiada a ojos de terceras personas. Chica joven con un contrato de prácticas decente trabajando en un sitio de referencia. Con esa edad ideal, donde lo que cobras lo inviertes en vivienda y el resto lo sueles dedicar a ocio y si queda algo a comer. Sales y entras a tu antojo y ella al ser una “trainee” tenía una vasta red de coleguillas en su misma situación dada la última remesa de universitarios contratados.

Fiestas salvajes, con el típico código sagrado, “lo que pasa aquí se queda aquí”, colección de hormonas flotando por el ambiente buscando su flor. En fin, la época dorada que tan buen recuerdo me dejó a mí.

Mi despertador sonó con puntualidad ni británica ni suiza, la habitual. Deslicé el dedo para contener el estruendo y mire el mail como de costumbre. No suele haber nada interesante pero es un hábito adquirido.

Tengo un mail del presidente, miro que no sea personal ya que eso no molaría para nada. No lo es, es un mail trágico. Anuncia que ayer por la tarde, desafortunadamente un colega murió en las dependencias del banco.
Alguien ha tenido un accidente haciendo deporte en el gimnasio o en la pista de fútbol, pensé. Joder que mala suerte!

Llego al banco, voy a la máquina de café siguiendo el ritual matutino y me llega la verdad verdadera. Ni accidente ni nada parecido. Ella, la trainee rumana de no sé qué departamento, se suicidó ayer, tirándose desde el noveno piso por un patio de luces.

Pim, pam.

Luego me vino la rumorología añadida y ahí lo dejé estar. Demasiado gore y demasiada fantasía que creo que no venía a cuento.

Minuto de silencio al día siguiente a las 11 de la mañana.

Uno de esos sucesos incomprensibles.

sábado, 9 de noviembre de 2013

mercromina

Fueron las raíces, las que me hicieron caer. Esas raíces descuidadas del jardín y que habían conseguido dominar el tablero de forma magistral. Donde antes había un césped cortado al milímetro, que nada tenía que envidiar a los mejores estadios de fútbol, ahora hay anarquía y confusión.

Fue una caída tonta, como la mayoría de ellas, pero dolorosa. Consiguió que se me abriera una brecha en el pantalón al nivel de la rodilla con la consiguiente sangre de por medio. Más aparatoso que grave. Recuerdo que llamé al timbre de la Sra. Mindle, la gran vecina. Dudé si todavía, viviría en la casa de al lado.

Del interior de la casa salió una chica joven con cara de pocos amigos. Obviamente, que alguien te despierte un sábado sobre las 8.30 de la mañana no gusta a nadie. Me apresuré a pedirle perdón pero al ver mi rodilla su cara se relajó y me pidió que pasara.

Bonita cocina, de estilo provenzal, mucha madera, colores suaves y decapados y en general una atmósfera relajada que invitaba a tomarse un gran desayuno. Me senté en una silla a esperar, mientras oía a mi “enfermera” revolver uno de los armarios de la habitación contigua.

Llegó al poco rato. Palangana, agua, agua oxigenada y mercromina. Mercromina? No pude evitar contener la risa. Hacía años que no veía un bote de esos y me transportó de inmediato a los veranos cálidos que pasaba en esta área.

Ella pareció intuir mis pensamientos, y me dijo: “cuánto hace que no te pelabas una rodilla, vaquero?” Sonreí, demasiado sin duda,…