viernes, 25 de abril de 2014

El hombre que dejó de tener prisa

Siempre mirando el reloj ya fuera el de su muñeca o el del móvil. A menudo nervioso cuando la gente se demoraba más allá de los escasos minutos que nos brinda la cortesía. Impaciente y a menudo malhumorado como si buscara algo que nunca encontraba. Y por supuesto, nunca supo lo que buscaba.

Era un vacío interior, él sabía que estaba ahí, fogoso a rachas y adormilado en sus largas jornadas de latente ser humano. Intuía que algo no “pitaba”, o más bien lo sabía con una certeza furibunda de esas que cuando te atrapa ya no te deja. Se convierte en tu sombra de día y en tu sudor frío por la noche.
Se consolaba como a los tontos pensando que el año que viene todo iría mejor o que en verano todo sería más fácil por el menor estrés y por el mágico influjo del barniz solar y el salitre del mar. Ingenuo. Algo en su vida o más bien su vida no funcionaba.

Dicen que todos nos conectamos en un momento de nuestra vida, que todos disfrutamos ni que sea de un momento de lucidez vital como si del trazo de un mapa se tratara. Un mapa que marcará tu ruta no la ruta. Para él, fue esa camilla del Clínico. Y decidió aferrarse a ella. No dejó escapar el que supo que era su último tren.

Al contrario de lo que uno esperaría, rememora con inusitada melancolía esa camilla. Casi tanto que a punto estuvo de pedir la camilla número 320 al hospital como recuerdo de su enchufe vital. Recuerda una punzada aguda en sus entrañas al comprender el diagnóstico del médico y como un reloj interno se ponía en marcha pero también notó una sensación de ligereza. Su mochila había desparecido, podía y debía pensar únicamente en él y, en cómo afrontar la que, por otra parte, sería su última batalla. Y él lo sabía, no era estúpido. Se habían acabado “los que dirán” o “pensar en el mañana”. Para él y los suyos, sólo existía el ahora. Sólo cabía la opción de vivir, vivir y por si las moscas, volver a vivir.

martes, 15 de abril de 2014

Traumas familiares

Comía una pera. Era una de esas peras extremadamente acuosas con más pasado que presente. Lo recuerdo porque tenía la mano empapada y corrí en busca de papel de cocina. Ahí, mientras libraba una lucha con el puto rollo de papel, lo vi claro o más bien la vi y pagaría por no haberlo visto. Yo se suponía que estaba estudiando en la biblioteca pero dado que estaban reformando parte de la fachada habían decidido cerrarla para evitar ruidos molestos.

Vi a mi madre. A la que hasta ese momento era la gran Wilma Wilkins o a WW como le gustaba que la llamasen. Era fan de las revistas cotillas y de esos personajillos del submundo. Solo leía ese tipo de cosas y decir leer sería mucho ya que apenas sabía leer una frase seguida. Me hacía ir a las reuniones de vecinos para que le leyera el orden del día y esas memeces que se discuten entre vecinos. Nada de eso impedía que me sintiera muy orgulloso de mi madre, trabajaba de sol a sol para sacar a mi hermana y a mi adelante dado que el Capitán Haddock (como ella llamaba a papá) se había bebido todo el ron del Caribe hasta morir ahogado. Era inculta y qué. Era ignorante y qué. Era la gran WW. La que curraba más que nadie con el peor curro del mundo, limpiar la mierda de los otros. Me había jurado a mí mismo que estudiaría como un cabrón para darle a WW el descanso que se merecía. Si hasta tenía las rodillas peladas de tanto fregar el suelo.

Y ahí la vi, de rodillas. Sacando brillo, mucho brillo, demasiado brillo coño!

Lo entendí todo, la llamada de un tío a casa una noche preguntando por una gatita sedienta, los fajos de billetes en la caja del lavabo y joder las rodillas! Cómo podía haber estado tan ciego. Y como no, la voz del gilipollas de Robert Terrence diciéndome, tú lo que eres es un Hijo de Puta con todas las letras. En su momento me pareció un insulto de lo más común pero ahora entendía por qué se reían los cabrones.

Recuerdo que lancé lo que quedaba de la pera a mi madre y al puto tío asqueroso ese. Cogí mis cosas de casa y me fui sin más. Nunca la volví a ver pese a que ella lo intentó varias veces. Estás muerta para mí, le dije una vez por teléfono. Al cabo de varios años, me enteré de que había muerto.

Y ahora, estoy yo aquí con los pantalones bajados y con una WW cualquiera arrodillada delante de mí.

No tengo vergüenza, mi psicólogo dice que es mi manera de intentar resarcirme con mi madre. Chorradas de loquero, soy simplemente un puto degenerado y un hijo de puta, sin más.